lunes, 14 de septiembre de 2015

Las 10 horas de Arinaga

A las 04:41 ya ando dando vueltas en la cama. Hoy será un gran día. Suena el reloj a 04:45 y, tan pronto lo hace, me levanto como un resorte. Este gesto de nerviosismo, impropio de una persona como yo, me impide recordar si lo he hecho con el pie derecho, el izquierdo, o con los dos a la vez, que supongo que habrá sido lo más probable.
Mientras camino a oscuras por el pasillo hasta la cocina, lugar donde he dejado todo preparado para este gran día, pienso en cómo lo afrontaré.
Me visto rápido. Ya tengo bastante rodaje. Es una rutina que he ensayado miles y miles de veces. Dos mochilas, una con los útiles de las 10 horas y otra con la ropa de marchar.
Con una botella de agua sin gas en la mano, me giro para volver a patear el pasillo. Esta vez en dirección a la calle.
Llego a la fábrica a las 04:55. Los de la panadería de al lado ya llevan allí desde las 04:00 y los mejores aparcamientos están cogidos. Tengo la sensación de que ya llego tarde. Una vez más, llego tarde. Esto no empieza bien, me repito en silencio.
Sobre las 04:58 el portátil está encendido. Arranco puntual las 10 horas a las 05:00. Yo mismo, en ausencia de la organización, me doy un disparo de salida silencioso. Los primeros treinta minutos los hago así, solo. A la media hora llegan otros participantes en el evento.
Las primeras impresiones ya las he lanzado a la multifunción a 05:15 y, cuando llegan estos rivales, las voy repartiendo. Sigo metiendo datos en el portátil e imprimiendo sin miramientos. No son horas para pensar en la conveniencia de imprimir, ni en la tala de árboles, ni en el calentamiento global. Hace un frío de cojones.
Sigo a lo mío e imprimiendo. Tan pronto imprimo una hoja de trazabilidad, como una factura o una ruta de reparto. Y así llego a la primera hora. A las 06:00 empiezo a sudar.  Tengo que regular mis esfuerzos, quedan 9 largas horas.
Salgo al pasillo, hablo con otros participantes y vuelvo a la oficina. De repente, el primer contratiempo del día. La organización de las 10 horas no es infalible. La multifunción se queda sin tóner y mis últimas copias no salen. Tomo nota para la edición de las 10 horas de mañana martes. Anoto que, en los avituallamientos, debe haber más de un tóner, para lanzar una pedrada a la organización cuando haga mi entrada en el blog sobre este 10 horas.
Cargamos el primer camión. En la parte de atrás lleva unos conos para la rampa de la mercancía. El chófer los coloca un instante en el suelo de la fábrica. Los observo en silencio y miro, también, a los demás participantes de las 10 horas. Nadie recorta por detrás de los conos. Gente seria.
Camino de la segunda hora de las 10, salgo a entrenar a eso de las 06:50. No me entretendré en esto. No tiene la más mínima relevancia. Qué podrá importarles a ustedes eso de ver un amanecer más, en soledad y silencio. Estoy de vuelta en 1 hora y 7 minutos. Empapado en sudor, me ducho a 08:02 y retomo lo de la multifunción sobre las 08:09. Me faltan, ahora mismo 7 de las 10 horas, pero estoy casi como nuevo. Las endorfinas hacen su aparición y me generan un efecto placentero que dura un par de minutos. Estoy dosificando bien.
En la cuarta hora, a eso de las 09:00, comienza a sonar el timbre de la puerta y el teléfono. Ambos artilugios tienen la rara costumbre de sonar al mismo tiempo. Ello genera lo que otros participantes llaman estrés. No quedan, en mi organismo, ni rastro de los efectos sedantes de la hora y siete minutos de marcha y pienso que me restan, aún, 5 horas.
Salgo al pasillo y me como un sándwich de pie, junto a las cajas de agua. Abro una con la mano izquierda, mientras mantengo el sándwich con la otra. Es de atún y millo. Me mancho el meñique y compruebo que nadie me observa. Así es, estoy solo. Me chupo el dedo y me ahorro unos diecisiete metros hasta el dispensador de servilletas más próximo de la fábrica. Hoy, la masa, está de rechupete.
A las 11:30 llega la primera visita comercial del día. Justo antes tomo más agua. Anoto, para la organización de las 10 horas de mañana, que ya casi no hay vasos de plástico en la máquina del agua. Es increíble que sigan pasando estas cosas luego de miles y miles de ediciones de esta clásica de Arinaga.
Invito al proveedor de península a café, con la esperanza de que me lo descuente en el próximo giro. Se lo toma sin dar señas de si tendrá tal deferencia o no y me quedo con la duda. Encima me ha pedido un sobrecillo de leche condensada. Menuda jeta.
A las 13:15 vuelvo a estar solo. Es la recta final. Miro a derecha e izquierda y, como ya me he anticipado en decirles que estoy solo, no veo a nadie cerca. Pienso en asegurar y dosificar.
Contabilizo y concilio el banco, hago pedidos y actualizo los controles de inventario.
Las 14:00. Es la novena y penúltima hora de esta edición de las 10 horas de hoy. Menos mal que estoy bastante bien entrenado. De no ser por mis trabajadas abdominales sería imposible que, a estas alturas de la prueba, siguiese escribiendo con todos los dedos.
Hasta las 14:40 me dedico a hacer los controles de cierre diario. A las y 42 comienzo a apagar el ordenador, que guardo acto seguido en su mochila. Es una mochila negra, pero bien podría ser roja. La otra, la de la ropa de marchar, es roja, pero bien podría ser azul.
Pongo la alarma a las 14:44 y salgo de la fábrica a las y 45. Vuelvo a caminar, con paso firme y decidido, hasta el coche. El sol pega a tope, justo en los últimos quince minutos del evento. Me sugestiono y me digo a mí mismo, que esto, lo de caminar bajo un sol justiciero los cien metros que separan la fábrica de mi aparcamiento habitual, también lo he entrenado a conciencia.
Son las 14:47 y ya estoy en el coche. Apago el móvil a las 14:48 y arranco a las 14:49, para llegar a casa, al límite de mis fuerzas, a las 14:53, exactamente 10 horas más tarde.
Me falta, tan solo, hacer una crónica de las 10 horas de Arinaga de hoy lunes día 14 de septiembre de 2015. Postureo laboral. Se van a enterar estos de la organización.