viernes, 17 de octubre de 2014

Tarjetas para Rato

Con lo de las tarjetas vamos a tener cachondeo e indignación, a partes iguales, para un Rato largo.
Usted ya se habrá dado cuenta que la vida está llena de tarjetas. Cuando naces, no has terminado tu primer llanto y tus viejos ya están repartiendo tarjetitas para que la gente vaya al bautizo, con un buen regalo.
Con cuatro años, aprovechan que ya eres capaz de dibujar un par de vocales y rellenas, de tu puño y letra, tus primeras tarjetas navideñas. Otros cuatro más tarde, vuelta con las tarjetas para tu segundo sacramento, el de la primera comunión. Aquí, si tienes suerte y tu familia está bien relacionada, puedes sacar un buen piquito de dinero, además de la pleiesteision y un pijama tres tallas más grande, que lo de vivir día a día, como se dice ahora, no se usaba antes.
Y tú, harto de jugar al fútbol en la calle, vas y te federas, para correr en el césped. Bueno, realmente quien te federa es tu tío, que dice que vas para figura. Aún nadie te ha explicado bien todo lo del reglamento ese, cuando te enseñan tu primera tarjeta roja. Y todo por coger la pelota con la mano y evitarle un gol, a tu equipo y a tu colega Paquillo, el portero.
A alguien se le ocurre que, para empezar bien la temporada, hay que dar una buena lección y ahí estás tú, en tu primer papel de cabeza de turco, comiéndote diez partidos de sanción, con nueve años, solo por tocar la pelota con la mano, como hace tu amigo Paquillo cien veces en cada partido, y explicárselo al árbitro con ese vocabulario tan propio de tu padre.
Para un niño diez semanas es mucho tiempo y, para cuando cumples tu sanción, ya el fútbol no te interesa lo más mínimo. ¿Para qúe?. ¿Para que me saquen tarjeta roja?, murmuras mientras cambias la tarjeta del móvil de tu madre al tuyo.
Por entonces ya tienes capacidad para analizar tu corta trayectoria en este mundo. Enseguida te das cuenta que las tarjetas van unidas a tí como una extensión de tu mano derecha.
Tu vida se desvía sin darte ni tiempo a elegir libremente. Derecho, ADE y dos idiomas. Lo sacas todo con veinticinco años y te fichan en la banca. Lo primero que te dan es una tarjeta. "Gasta lo que quieras, hijo", te dicen.
Lo demás, ustedes ya lo pueden adivinar por sí mismos. No es necesario que yo me extienda.
Me voy a la calle. Se me ha quedado la tarjeta trabada en el cajero y yo, sin mi tarjeta de Bankia, no soy nadie. La mía es blanca y con unas líneas verdes. Estaría de cojones tener una de esas vip, negras y con disposición ilimitada.
Yo compro, tu pagas, él paga, nosotros nos jodemos, vosotros pagáis, ellos pagan. Un verbo irregular, sin duda.




martes, 7 de octubre de 2014

La raza más obediente.

Ahora todo se hace por internet. Desde comprar un libro, a pagar los derechos para poder correr por el asfalto rodeado de gente depilada.
Y, lo que no se hace por internet, te dicen allí que lo hagas por teléfono. A uno, que lo de hablar con alguien no le desagrada cuando lleva casi medio mes sin cruzarse con el vecino ni  en el ascensor, hace que de por válido lo de la presunta conversación con un operario de no se qué multinacional. Así que, predispuesto y pensando que me pondrán con alguien de voz sensual y juvenil, comienzo a marchar por el pasillo de casa para pillar el inalámbrico, con la velocidad de Induráin u Olano en las cronos, pero en doble apoyo.
Descuelgo y marco, con cierta ansiedad, intentando imaginar si hablaré con un tío o una tía, pero no, al otro lado me espera un ordenador. "Buenos días. Teclee su DNI sin letras". Y yo, hipnotizado, que le hago caso. "Marque los cuatro últimos dígitos de su tarjeta de crédito". Yo sigo a lo mío, que siempre ha sido lo de obedecer. "A continuación teclee los cuatro últimos números de la cuenta  corriente asociada". Sin pensarlo y persuadido por aquella vocecilla femenina metalizada, sigo haciendo caso sin rechistar.
Al colgar, recobro la conciencia y apunto en una libreta vieja que uso como autorefranero: "El hombre es el único animal que hace caso a un robot sin pensárselo dos veces". Dudo que un lagarto, una cucaracha o un perro hiciesen lo mismo.