El viento moderado a fuerte es algo que los habitantes de esta parte de la isla, el sureste, damos ya como parte de nuestro día a día. Algo cotidiano.
En verano sopla con bastante fuerza. Así ha sido siempre y uno lo ha podido comprobar desde que vive aquí, hace ya más de diez años.
Estos días me he preguntado a qué velocidad realmente ha soplado durante estos dos meses de verano.
Tiempo atrás me comía bastantes entrenos, pues no tenía la voluntad suficiente para enfrentarme a días en que era tremendamente molesto. En verano no era capaz de salir más de cuatro o cinco sesiones a la semana.
Pero este año algo ha cambiado en mi motivación a la hora de salir a marchar en carretera y enfrentarme a Eolo y su furia.
Según las estadísticas que he visto del Instituto Nacional de Metereología, la velocidad media a que ha soplado el viento, en estos dos meses, ha sido de 30 kms/hora, con una decena de días entre 35 y 40 kms/hora.
Marchar contra este viento es como hacer rodajes lastrados. De hecho, cuando me coge totalmente de frente y me frena hasta el extremo de verme braceando enérgicamente, con la cabeza baja, sin moverme y pensando que hago ahí, en ese momento y en situación tan surrealista, si Eolo decide darme un respiro momentaneo o yo paso a otra calle, donde me pille de costado o de espalda, salgo disparado como si me despojase de tobilleras, mancuernas y cualquier otro lastre.
Empiezo a creer que eso de marchar con el cuerpo ligeramente inclinado es fruto de un proceso de adaptación al medio.
Igual, con el paso del tiempo, me pueden ir saliendo garras o púas, para adaptarme a otras características del habitat que me rodea.
Como el Dr. Jekill y Mr. Hyde. Una mera transformación por el efecto del viento fuerte y constante.
En fin, cosas de la tierra de uno.
Solo espero que estas palabras no se las lleve el viento.
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