lunes, 16 de diciembre de 2013

"....pero si me dan a elegir...."

Tirando, a mi manera, de la letra de la canción de Sabina, si a mi me diesen a elegir, no escogería ser taxista en Nueva York, ni flautista en Hamelin, ni ahorcado en el Titanic, ni pintor en Montparnesse.

Tampoco elegiría, aunque no tienen desperdicio, fotógrafo en play boy, ni guapo en un culebrón.

De hecho, ni tan siquiera optaría por ser un pirata cojo con pata de palo, parche en el ojo y cara de malo.

Realmente, si me dan a elegir, quisiera ser participante en las finales olímpicas de los 50 kilómetros marcha de Roma 1.960 y Tokyo 1.964, calentar con Abdón Pamich y charlar con Donald Thompson.

Esto es lo que un amigo mío, Fran Fajardo, denominaría "pasión por la marcha".

Y ahora, que yo ya le he dicho que quiero ser de mayor, dígame usted a mí, a título olímpico, ¿hasta cuando cree que la marcha fue caminar a toda ostia dentro de unos Juegos?