"El Tomás”
El poeta grancanario Tomás Morales dio nombre, entre otras tantas
cosas, a un instituto ubicado en la calle de igual denominación, en la
capitalina Las Palmas de Gran Canaria.
Allí , en aquel instituto, hice mi bachillerato, como mandaban los
cánones de la época. Los dos primeros cursos del antiguo B.U.P., en las materias
que se entendían genéricas por entonces y, el tercero de bachillerato y el
C.O.U. en lo que se denominaba la rama de ciencias. Recuerdo que esto significó, entre otras cosas, que solo estudié un
año el latín, otro filosofía y solo tuve dos cursos de lengua y
literatura española.
Da la impresión de que, en una innecesaria
comparativa entre generaciones, el bachillerato de por entonces era
infinitamente más duro que su equivalente en la actualidad.
Aquellos horarios eran, poco menos, que los
de un trabajador a jornada completa en turno de mañana y tarde.
A las 08:30 de la mañana el timbre sonaba. De
allí no se salía hasta las 14:00 horas. Y, entre dos y tres tardes, tocaba de
16:00 a 19:00 horas la segunda tanda. Al llegar el COU, con menor número de
asignaturas, las tardes desaparecían.
Empecé con mal pie en el primer año de
bachillerato. No había cumplido aún los trece años y, con una mente y un
cuerpo, más pendientes de lo que hacían el Barça de Maradona y la Unión Deportiva de Koke Contreras el domingo, que de las
matemáticas y la física del lunes, me encontré rodeado de verdaderos hombres y mujeres.
Aquello fue pura supervivencia. Eran nueve
materias las que se cursaban en 1º de BUP. De ellas, en el primer trimestre,
suspendí siete porque el cura, que se
llamaba Don Leonilo, habló con Dios para, sin él tener que extralimitarse,
poderme aprobar el parcial religión. De no haber tenido Don Leonilo esa
conversación con el más allá, hubiese cateado ocho para arrancar.
Y, ese primer boletín de notas hizo que me
bautizaran, mis compañeros más cercanos, como “chico listo”.
Huelga comentar que lo único que aprobé, además de
religión, fue educación física. Y ésta por mí mismo, sin ayuda celestial. Mera
cuestión de dignidad. Se trataba simplemente de hacer el famoso test de Couper a toda leche y de
permanecer callado y sumiso el resto del tiempo. Vamos, chupáo (lo de estar callado) para un tío como yo, por entonces.
Lo curioso del tema fue que, como si de una
remontada de esas que se marcaba el Madrid de la Quinta del Buitre en Copa de Europa, a pesar de arrancar el
curso con siete suspensos, comencé a mejorar los parciales: cinco cates en el segundo
trimestre, tres en junio y dos en septiembre. Permanencia matemática en división de honor, esto es, pasar a 2º de BUP. Aún recuerdo un parcial de “10” en
estadística, en ese tercer trimestre, que generó ciertas sospechas sobre mi
honorable persona. Sospechas infundadas evidentemente. Nunca, al igual que con los apuntes de Bárcenas, se pudo demostrar nada.
En segundo también me defendí del descenso e
incluso saqué la asignatura que arrastraba de mi histórico, por extremadamente
negativo, arranque en el instituto el año anterior. Pasé limpio a tercero.
Fue ya en este tercer año cuando, ante la
tesitura de elegir, opté por las ciencias y las continué en un COU de Ciencias
Puras.
Pero, retomando el tercer y último año del
BUP uno, que siempre tuvo cierta dignidad, al tiempo que esa rara costumbre de ponerse
objetivos alcanzables, pensó que ante tanto “suficiente” como había en aquella
hoja de servicios llamado Libro Escolar, había que adornarlo aunque fuese con
una única nota brillante.
La asignatura apropiada para ello era la
educación física. Sí, se qué pensarán que menuda asignatura escogí pero, si
ustedes hubiesen estado en la escuela de idiomas al tiempo que cursando el
bachillerato, ¿acaso no hubiesen optado, para un reto como éste, por el inglés ó el alemán?.
Y no
paré hasta que saqué el jodido sobresaliente de media (no como aquel parcial de
estadística de primero) a lo largo de todo año.
Mi 3º de BUP fue en el curso 1987/88. En mayo
del 88 nos visitó José Manuel Abascal, del que todos recordarán su bronce
olímpico en el milqui en los Juegos
de Los Ángeles 1984. Dio unas charlas en El
Tomás, dentro de aquella dinámica de actividades denominada Olimpia 2000 y, medio en broma, medio en
serio, nos invitó a entrenar con él al día siguiente.
Y el caso es que fuimos unos cuantos jóvenes románticos
para el sur. Cincuenta y pico kilómetros de guagua para abajo y otros tantos para volver a la capital. Estuvimos esperando en la recepción del hotel hasta que Abascal
bajó a rodar y, mientras aquel buen hombre salía a correr con los otros
chavales, a mí no se me ocurrió otra cosa, imagino que mosqueado por la tensa espera en el hall, que darme media vuelta e ir a marchar
solo por el otro lado. También podrían haber traído a Llopart, ¿o no?.
Hoy en
día, aún sin entender exáctamente el porqué de muchas de las cosas que hago, me
doy cuenta de que ya las hacía exactamente igual hace veintitantos años.
Bueno, he aquí un escueto resumen de mi paso
por El Tomás, un tiempo de cuatro años fugaces que arrancaron con una solicitud
de clemencia divina para aprobar religión y terminaron marchando con dignidad,
ante la perpleja mirada del mejor atleta español de todos los tiempos que ante aquel juvenil arranque, imagino pensaría: "..y este chaval, ¿a qué cojones ha venido?"
Juventud, divino tesoro…menudas verbenas que
se organizaban en el instituto por entonces.