miércoles, 29 de enero de 2014

Si ya lo decía mi abuela, a la que no llegué a conocer...


Que mi vida es un canto a la contradicción es algo que ya tengo asumido.
De pequeño no solo era monaguillo, sino que iba a misa entre semana y de manera voluntaria. Hoy en día, no me pidan que confíe en nada que no se pueda ver, oír y palpar.
Lo normal, por la época en que nací, es que fuese del Madrid, pues tenía doce o trece años cuando la Quinta del Buitre dominaba, de manera dictatorial, el panorama futbolístico español. Pues no, salí del Barça. De aquel Barça en el que Luis Aragonés sacaba, allá por el minuto 80 y sin calentar, a  Talín Alexanko para que el Lobo Carrasco y Marcos Alonso le colgasen balones al área. Nunca funcionó.
Me pasaba el día jugando a la pelota frente a mi casa. Me compraba la ropa de futbol del Brasil de Sócrates y Zico, los balones Mikasa, las botas Puma como las que tenía El Pelusa  pero, a la primera que me invitó un amigo a ir con él a la pista de atletismo, allí me quedé hasta la fecha.
Ya con ventipocos años, y estando enganchado a esto del atletismo, se me ocurrió fichar en un club de Tenerife, para hacer pareja de marchadores con un tío que, por entonces, era profesional y había clasificado como quinto del mundo. Muy felices me las prometía yo de aprender de aquel excelente marchador pero, fíjense por dónde, que las autoridades deportivas de la época entendieron que aquello era un delito insular y que mi atrevimiento bien merecía una sanción encubierta que me dejó un año prácticamente sin competir.
Y, si sigo contándoles cosas del atletismo, me viene a la mente cuando, después de tanto esforzarme para ganar, durante veinte años, no más de otros tantos trofeos, un día me dio por mirar para aquellas estanterías con cierta autocrítica y, sin pensármelo dos veces, aquellas viejas copas oxidadas acabaron todas en la basura.
Ya no les digo nada de la decepción que me llevé, hará cosa de cinco o seis años, cuando descubrí que mi prueba, la marcha atlética, no se hace caminando, sino corriendo.
Menos mal que, para refrendar aquello que decía mi abuela a la que, por cierto, nunca conocí, de mal de muchos consuelo de tontos, anoche escuché a nuestro presidente, Paulino Rivero, decirnos, en menos de medio minuto, que el año pasado batimos records de turismo receptor, al tiempo que también los batimos en cifras de parados y de pobreza infantil.
Hoy me he despertado con menos complejos. Lo de la contradicción no es cosa mía, sino de todo un pueblo de dos millones de habitantes.
 
 

viernes, 24 de enero de 2014

Que ganas tengo de volver a ser Pepe el Marcheta

Este pasado martes, camino del sur por la autopista, vi un grupito de unos cuatro ciclistas rodar por un camino de tierra paralelo a la carretera.

Lo primero que pensé fue lo bonito que es el ciclo cross. Lo segundo que nunca entrenaré acompañado.

Lo más sagrado que hay en mi vida debo hacerlo en solitario, pensando cada paso que doy, nunca mejor dicho.

Meses llevo ya, por no decir prácticamente un año, buscándome a mí mismo para recuperar la principal, y prácticamente única cualidad deportiva que tengo, la motivación.

No hay manera de pasar, del modo mantenimiento, en el que me he instalado desde hace un año, al modo pasionario de antaño, en el que siempre tenía un reto personal y un viaje montado a seis meses vista.

Fíjense, si ya casi ni me reconozco a mí mismo. ¿Se pueden creer que hace unos días me gritaron, desde un coche "Adiós Don José!" y levanté la mano saludando instintivamente?.

En las últimas semanas me susurro al oído, de madrugada, mientras cumplo con mi ritual sagrado de marchar 10 kilómetros, "yo soy marcheta...yo soy marcheta...yo soy marcheta...no soy José no se qué...."

Que ganas tengo de volver a ser Pepe el Marcheta oiga. Qué ganas!

Enlace al Canarias 7 de hoy, a una columna de opinión sobre aquel atletismo de antaño y su sucesor actual: el multitudinario correr en el asfalto