Que mi
vida es un canto a la contradicción es algo que ya tengo asumido.
De
pequeño no solo era monaguillo, sino que iba a misa entre semana y de manera
voluntaria. Hoy en día, no me pidan que confíe en nada que no se pueda ver, oír
y palpar.
Lo
normal, por la época en que nací, es que fuese del Madrid, pues tenía doce o
trece años cuando la Quinta del Buitre dominaba, de manera dictatorial, el
panorama futbolístico español. Pues no, salí del Barça. De aquel Barça en el
que Luis Aragonés sacaba, allá por el minuto 80 y sin calentar, a Talín Alexanko para que el Lobo Carrasco y Marcos
Alonso le colgasen balones al área. Nunca funcionó.
Me
pasaba el día jugando a la pelota frente a mi casa. Me compraba la ropa de
futbol del Brasil de Sócrates y Zico, los balones Mikasa, las botas Puma como
las que tenía El Pelusa pero, a la primera que me invitó un amigo a ir
con él a la pista de atletismo, allí me quedé hasta la fecha.
Ya con ventipocos
años, y estando enganchado a esto del atletismo, se me ocurrió fichar en un
club de Tenerife, para hacer pareja de marchadores con un tío que, por
entonces, era profesional y había clasificado como quinto del mundo. Muy
felices me las prometía yo de aprender de aquel excelente marchador pero,
fíjense por dónde, que las autoridades deportivas de la época entendieron que
aquello era un delito insular y que
mi atrevimiento bien merecía una sanción encubierta que me dejó un año prácticamente
sin competir.
Y, si
sigo contándoles cosas del atletismo, me viene a la mente cuando, después de
tanto esforzarme para ganar, durante veinte años, no más de otros tantos
trofeos, un día me dio por mirar para aquellas estanterías con cierta autocrítica
y, sin pensármelo dos veces, aquellas viejas copas oxidadas acabaron todas en
la basura.
Ya no
les digo nada de la decepción que me llevé, hará cosa de cinco o seis años,
cuando descubrí que mi prueba, la marcha atlética, no se hace caminando, sino
corriendo.
Menos
mal que, para refrendar aquello que decía mi abuela a la que, por cierto, nunca
conocí, de mal de muchos consuelo de
tontos, anoche escuché a nuestro presidente, Paulino Rivero, decirnos, en
menos de medio minuto, que el año pasado batimos records de turismo receptor,
al tiempo que también los batimos en cifras de parados y de pobreza infantil.
Hoy me
he despertado con menos complejos. Lo de la contradicción no es cosa mía, sino
de todo un pueblo de dos millones de habitantes.