domingo, 19 de abril de 2015

El último viaje

Hasta la fecha yo nunca había entendido cómo las empresas fúnebres se gastaban una pasta en tener unos coches de cierto lujo.
Económicamente es un sinsentido, teniendo en cuenta que el cliente poco va a protestar. Ya saben, por un lado, todos tenemos claro que el cliente siempre tiene la razón pero, por otro, prima la eficiencia económica y, si el que paga no se queja, para qué perder márgenes con adornos y florituras.
Yo soy de los que pensaba en clave tiburón capitalista para esto de los negocios fúnebres, hasta que hoy, marchando, me crucé con una vieja furgoneta funeraria. Era fea de cojones. No tardé más de cien metros en pensar que a mí no me meten en una furgona así ni de coña. Yo, cuando me toque, quiero ir, como mínimo, en un Mercedes.
Un McLaren también puede valer, pero mejor que se esperen a ver si va evolucionando. Como para que nos deje tirados y ustedes esperando por mí, al mediodía y con un solajero de cojones. Mañana mismo llamo a mi aseguradora, tengo que cambiar el vehículo de la póliza de decesos. Uno, si se precia de ser serio, tiene que tener atado hasta el último viaje.