jueves, 6 de marzo de 2014

Una moneda sin glamour

Hoy me he tomado un cafelito en la Tartería de Agüímes. Allí se hacen unas tartas cojonudas y, camino de la obligada visita turística al Barranco de Guayadeque y al propio Agüímes, ese Agüímes de Orlando Hernández, en la Tartería sueles encontrarte un buen puñado de turistas.

Desde que empecé con esto del internet en casa, prácticamente no había vuelto a leer un periódico en papel. Esta tarde tocó y, mientras ojeaba la crónica del España-Italia de anoche, en la mesa de al lado había dos guiris con aire aristocrático. Trajeados y con relucientes zapatos de punta. Sobre la mesa, dos cortados largos y un mapa de Gran Canaria.


Con quince años, cuando caía en mis manos un periódico, me iba directo a los deportes. Con el paso del tiempo empecé a leerlo entero, sociedad y necrológicas incluidas. El deporte  ya no me llamaba la atención como antaño. Hoy volví a abrir El País en tres cuartos de cancha. Ahí es, hoja arriba, hoja abajo, donde comienzan con el fútbol.

Al final, los guiris se levantaron antes que nosotros. Por la pinta que llevaban me esperaba que, al pagarle a Esther, lo hiciesen en  libras o marcos. Menuda moneda más ridícula el euro tú. No tiene ni pizca de glamour. Qué decepción cuando el trajeado alemán sacó un billete de esos de diez. Un tío como aquel no puede usar la misma moneda que uno como yo, con mis Adidas, mis vaqueros y mi cafelito solo. Y encima sin azúcar.