sábado, 21 de marzo de 2015

Corredores de tapado y records del mundo.

Veo las fotos que mis paisanos maratonianos han subido a sus blogs y perfiles de Facebook, estos días, participando en pruebas de 10, 21 y 42 kilómetros.
Observo que, sin excepción, van más cercanos al suelo que la inmensa mayoría de los tíos que están a mi lado, cuando el juez da el disparo salida de alguna prueba de marcha atlética. "No corran demasiado", nos suele decir algún juez grandilocuente.
Lo pienso detenidamente y, mientras me embarga un nuevo episodio, el enésimo en lo que va de mes, de impotencia, indignación, ira y frustración -que parecen, aquí encadenados, meros sinónimos y reiteraciones, pero que, realmente, son sentimientos distintos y acumulativos- me viene a la mente otra percepción. 
Ésta si que es nueva. De repente, siento cierta admiración por quienes se abstraen de tan flagrante ofensa, y son capaces de compartir mesa y mantel con los exterminadores de la marcha atlética. Y no solo eso, sino que hasta se sacan selfis con ellos, luego de haberles servido de sumisos sparrings.
La marcha es excepcional. Si mañana algún mediofondista pisa, en las ligas, el césped en las curvas y hace 1.450 metros, en vez de un milqui entero, se monta la de dios. Igual pasaría si pillan a alguien lanzando con un martillo de 3 kilos y medio, mientras los otros lanzan con los reglamentarios 7,260 kg.
No digamos nada de una calle del 110 donde la altura de las vallas sea de 0,90 en vez del 1,07 de rigor.
La marcha, por algún tipo de razón, supongo que amparada en convenios internacionales y alguna recomendación de la ONU, cuenta con la permisividad e inmunidad necesarias para ser la prueba en la que el ser humano continúe marcando tiempos más allá de sus límites.
La próxima semana caerá otro record del mundo. Menos mal que todos sabemos que esto no durará para siempre.
A ver como le explicamos al personal que los marchadores tengan tiempos negativos, por debajo de cero. Ni Montoro y De Guindos juntos lo lograrían, así nos dijesen que la marcha ha entrado en un decrecimiento de signo inverso que supone, por aquello del menos por menos más, un crecimiento exponencial del nivel atlético en las exportaciones de resultados deportivos con afección directa a nuestra Balanza de Pagos, que llevará, obviamente, a una subida del IPC en siete puntos porcentuales, sin tener que blanquear y contabilizar actividades sin epígrafe y de dudosa legitimidad para la propia derecha.