martes, 22 de octubre de 2013

Mi particular visión de la historia azulgrana

Los aficionados a la carrera a pie (no se me ocurre otra descripción más apropiada para evitar el estúpido anglicismo runner), mayoritariamente, echan pestes del futbol.
 
Ya antes de hacer los cursos elementales de formación en atletismo, a principios de los noventa, sabía uno, por mera lógica, que el atletismo es la base de todos los deportes. Hay atletismo en el tenis, en el baloncesto, en el balonmano y, por supuesto, en el futbol. Si me apuran, diría que hay atletismo hasta en la práctica del sexo.
 
El fútbol es un arte sobre la base del atletismo.
 
De niño, en mi cabeza no había otra cosa que fútbol y atletismo, sin orden preferencial durante mucho tiempo.
 
La generación del Madrid de las Cinco Copas de Europa fue una generación eminentemente madridista.
 
Igual pasó con la de la Quinta del Buitre. Muchos de mis contemporáneos eran también del Madrid.
 
En cambio yo, que visto hoy en día desde una perspectiva autobiográfica, no he hecho otra cosa en mi vida que nadar contracorriente, salí del Barça.
 
Y, al igual que con mis orgullosos treinta años de marcha, del Barça recuerdo tanto la historia reciente como aquellas grandes decepciones de los ochenta y, por supuesto, el paso del mejor jugador del mundo.
 
El secuestro de Quini en el 81, la llegada del Pelusa en el 82 (aún recuerdo el gol al Madrid en la final de Copa, cuando regateó a Sandokán Juan José junto al palo de la portería) y la final de Copa de Europa perdida en Sevilla, en mayo del 86, ante el Steaua de Bucarest a los penaltis.

 De cuando perdimos la final de la Copa de Europa del 86 en Sevilla, ante el Steaua de Bucarest.
 
No siempre las cosas fueron como ahora. Por eso yo he sido, soy y seré del Barça, sin oportunismos temporales.
 
Esta noche Milán-Barcelona. Un clásico de la Copa de Europa. Ahora la llaman Champions. Putos anglicismos.