jueves, 5 de junio de 2014

...mierda pa los malcriados!

No se le ocurra ir nunca al banco el primer lunes del mes. Sobre todo si acabamos de salir de un largo puente de fin de semana. Hágame caso. Cuando llegue se encontrará usted que aquello le parecerá Las Ventas abarrotada, tal como nos la pintaban aquellos cómicos sin gracia del siglo pasado.
En el Santander de la Playa de Arinaga, que ya les digo yo que allí hay un Santander, a pesar de que les parezca raro, no hay números de turno. Uno llega, saluda y, si es ingenuo, pregunta quién es el último, esperando dos contestaciones que no suelen llegar. Les digo esto para que se pongan en el lugar de los que ya están allí dentro. Estarán hasta los mismísimos de esperar a que les atiendan, como para prestarle a usted atención y educación.
Bueno, cuando uno ya se posiciona en la fila, luego de unos incómodos diez primeros minutos en que está pegado a la pared de la calle, esperando en lo que sería una pre-fila, ya puede calcular a razón de cinco minutos por persona. Si tiene diez o doce delante, la hora no se la quita ni dios.
Yo entré allí el lunes siendo republicano convencido desde hace más de un lustro. Pero, retomemos lo de la cola. Pasadas dos personas y a falta de unos presuntos cuarenta minutos -digo presuntos porque a los minutos tampoco podemos culparlos de nada hasta que haya sentencia en firme- es cuando se debe sacar el móvil y ver como va el wifi de la oficina ese día.
Así, comenzamos a tantear la rabiosa actualidad, importándole a uno un carajo lo que pase a derecha e izquierda. Escándalo por aquí, robo por allá. Nada del Barça ni pa dios, buena señal. Pas de nouvelles, bonnes nouvelles, que decía mi profesora de bachillerato.
La del lunes fue una hora crucial en mi vida. Entré allí republicano, más bien antiborbonista por indignación, pero cuando ya estaba delante del cajero, gracias a esos casi imperceptibles atisbos de transparencia que a los políticos se les escapan en estado de nerviosismo, me di cuenta de que había sufrido una transformación milagrosa y pensaba como un monárquico convencido. Convencido y acojonado. Este Pablo Iglesias es la leche. Con él todo es posible, hasta que uno reme en sentido contrario al que él desea después de escucharle.
Solventado, al menos hasta que vuelva a ir al banco, lo de mi cariño por la corona, ahora tengo otro problema. No se cuántas veces más aguantaré sin citar a viva voz,  al llegar al Santander y después de que nadie me conteste a mi saluda, aquello que me enseñó El Decano de mierda pa los sordos! que, con un pequeño ajuste, como esos que necesita nuestra carta magna, podemos dejar en mierda pa los malcriados!