Esta mañana marchando, que ya les he dicho
que suele ser el único momento del día en que suelo pensar algo medianamente
coherente, me ha venido a la cabeza aquel verano del 84 en Pasito Blanco.
Mientras mi amiga Deborah, llamémosla así por
el tema de la Ley de Protección de datos, se pasaba aquel verano escuchando todo
lo que tenía de Madonna y su hermano
Paco, también amigo mío y también con un nombre figurado por lo de mi
hipotética responsabilidad civil cuando acabe estas líneas, coleccionaba
ejemplares de Playboy, uno, que nunca tuvo muy clara la verdadera importancia
de las cosas, pensaba como ver, desde aquellas casetas de campaña donde
pasábamos prácticamente todo el verano, la final del milqui de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84.
Y así fue, para irles resumiendo que ya va
siendo tarde, que con una vieja y pequeña tele a pilas en blanco y negro, cuadrada como una caja de zapatos, fuimos empatando alambre al trozo de antena rota que aún conservaba
y moviéndonos, con la tele a cuestas, de un lado a otro de la playa, hasta que
conseguimos la señal suficiente para ver a Abascal
entrar por delante de Chesire en el canal moro, que así es como llamábamos a todas aquellas cadenas que pillábamos y de las que no entendíamos ni papa.
Dudo que el mismísmo MacGyver lo hubiese
logrado. Y eso que no teníamos chicles aquella madrugada.