jueves, 6 de febrero de 2014

Subiendo al Martín Freire por la cara sur.

Hoy he rodado algo más que ayer y menos, previsiblemente, que mañana. Una hora y diez minutos.
Preocupado que iba, ya a la altura del Zoco Negro, donde dice mi amigo Dani que vive su amigo Germán el timplista, porque no se me ocurría nada.
Y eso que marchar, lo estaba haciendo como todos los días, con el piloto automático puesto.
Pero nada tú. Que no me venía nada a la mente.
Ya de vuelta, a la altura de la fábrica de Haricana, en una especie de recta en falso llano de unos tres kilómetros que, todos los que la hacen corriendo se empeñan en decir que es una cuesta, me he acordado, otra vez, de aquellos maratones de los años ochenta. Aquellas ediciones en línea, entre Galdar y Las Palmas de Gran Canaria, llenas de toboganes y en las que se corría junto al tráfico, por el arcén, cuando lo había.
Los atletas terminaban en la vieja pista del Martín Freire. Para entrar en el tartán y recorrer los últimos trescientos metros de la maratón, tenías que subir una cuestecilla también bastante prolongada, de un kilómetro, desde La Hoya de La Plata hasta la puerta de la instalación.
La cuesta en sí nunca ha sido gran cosa pero, después de 41 kilómetros, a todo el mundo le ha parecido siempre como subir un ocho mil por la cara sur.
Hoy en día, cualquiera que pagase por correr la GC Maratón, le metería un pleito al Cabildo, con el mejor despacho de abogados de la capital por medio, por la orografía final de la carrera.
Subiendo al Martín Freire, desde Galdar y por la cara sur, en menos de 2 horas y media.