miércoles, 19 de febrero de 2014

Dios, el argentino.


Lo miren como lo miren, Dios es argentino y eso, pese a quien pese, es una verdad incuestionable.

A ustedes les vendrá a la mente la mano que Dios prestó, allá por 1.986,  a uno de sus apóstoles, el Pelusa Maradona, para que le metiese un gol, ese gol que todos ustedes tienen ahora mismo en la retina, al portero de Inglaterra, vengando sobre un campo de fútbol toda una guerra, la de las Malvinas, que cuatro años atrás había ganado la señora Tatcher, que para algo era La Dama de Hierro.

Puede que les venga también a la mente el mismísimo Leo Messi y sus cuatro balones de oro,  o el Papa Francisco que acaba de renovar su pasaporte albiceleste. No tengan duda, Dios es argentino, paisano del defensa del City Demichelis que anoche, por providencia divina, pateó a su compatriota Messi, de manera tan celestial,  que solo Dios y ellos dos, argentinos los tres, saben si la falta fue dentro, fuera o sobre la raya del área.

El resto de la historia, ustedes y yo, mortales todos y ninguno argentino, aunque yo me llame de segundo Osvaldo, como el mismísimo Ardiles, ya la sabemos.