Son las
cuatro y media de la tarde ahora mismo. Minuto arriba, minuto abajo.
Si me
preguntan que comí hace hora y media, tengo que pararme a pensar y, todo sea
dicho de paso, hacer un ejercicio de concentración. Al final, la respuesta a la
cuestión es un buen arroz blanco con rollitos de primavera y una salsa casera
cojonuda, de esas que tan solo sabe preparar mi mujer. El mérito del vaso de
vino tinto peleón corre de mi cuenta.
Lo que
mi mujer no termina de entender es como soy capaz de recordar cualquiera de
aquellas tardes de 1.985 en el viejo Martín Freire, como cuando pasaba a la
altura de la salida del 100, trotando con mi colega el Draculín, y me quedaba pasmado viendo a Fabiola Bolaños y a su
entrenador Ángel Viera, haciendo salidas de tacos con dos vallas. Una tras
otra, con agilidad felina.
Listoooossss……Hop! Listoooosss….Hop! Listoooosss….Hop!
Casos
como éste, de una memoria tan selectiva, han llegado a etiquetarse de Pasión.
Menuda cursilada oiga.